Este fin de semana también termino Las cosas que llevaban los hombres que lucharon, novela que hacía
tiempo tenía ganas de leer y a la que he hecho un hueco en septiembre, coincidiendo
con el mes temático de la novela bélica. El escritor, Tim O’Brien, es veterano
de Vietnam y nos cuenta esta historia en la que los hechos narrados están
totalmente a merced de los sentimientos que quiere comunicar. Y como veréis, a
esta novela no le he puesto valoración porque, ahora mismo al menos, me resulta
imposible. También veréis que, inusual en mí, es una reseña muy larga, pero más que una reseña esta entrada es una forma de asimilar lo que he leído.
Título: Las cosas que
llevaban los hombres que lucharon (The Things They Carried)
Autor: Tim O’Brien
Número de páginas: 259
Año de publicación: 1998
Valoración:
Ha sido una lectura difícil de definir. Primero, tiene forma
de memorias, con un narrador que comparte nombre y apellido con el autor. Pero
durante la novela el mismo narrador nos advierte que no son más que historias,
nos confunde la realidad y la ficción y nos hace darnos cuenta del valor tanto de
la palabra escrita como de la imaginación, y de las funciones que ambas
estrategias cumplen. Por una parte, nos habla de las historias que los mismos
soldados se contaban, de lo importante que era hablar para poder seguir
adelante. En una ocasión el narrador se queda petrificado ante el cuerpo de un
chico vietnamita al que acaba de matar y uno de sus compañeros le repite “habla,
habla” para sacarlo del shock. Las historias de lo sucedido se convierten en
parte realidad, en parte invención, ya que en el momento de shock la mente se
bloquea, los ojos se cierran, los ruidos se confunden, la persona consciente de
alguna forma abandona el cuerpo y más adelante cada uno rellena esos huecos con
detalles añadidos. ¿Son mentiras estos detalles? Quizás no sean la realidad de
los hechos tal y como pasaron, pero son la realidad de los hechos tal y como
han sido vividos. Otras veces pasa que se añaden detalles y se exageran las
historias con el fin de que el receptor pueda llegar a entender los
sentimientos del que ha tenido esa vivencia tal y como los siente, para lo
cual, y más con experiencias tan brutales como una guerra, todas las palabras
parecen quedarse cortas y la exageración nunca parece suficiente para poder
encriptar en unas cuantas palabras tal magnitud de sentimientos. También tienen las palabras el efecto
contrario, el efecto de separarse de la realidad, el hacer bromas sobre los
muertos y tratar de manera irrespetuosa a los cadáveres como estrategia de
defensa ante una situación tan brutal. En las cartas que los supervivientes
escriben a los familiares de los compañeros y amigos muertos también
encontramos el poder de las palabras, la búsqueda de consuelo en las palabras
del que queremos consolar, una manera de ordenar los hechos y de poner
distancia, una manera de expresar el duelo y poder despedir a alguien a quien
se ha querido y se ha visto morir.
Nos advierte el autor también de la falta de belleza en una
historia de guerra, la guerra nunca es bella y no puede sacarse nada bello
de ella. Si ante una historia de guerra nos queda un sentimiento positivo, de
realización, del bien por encima del mal, es que hemos caído en la trampa de la
manipulación para justificar la barbarie por parte de aquellos que crean las
guerras. Por eso en esta historia no hay excusas, no hay edulcorantes, no hay
belleza. Hay pasajes crudos, de violencia totalmente gratuita y sin sentido, de
cruda inmoralidad. La guerra no es bella, no hay historias bellas, no hay
moraleja que extraer y no tenía ningún sentido. Y el narrador se encuentra a si
mismo 20 años después, despertándose en medio de la noche creyendo que ha
encontrado el sentido, contándole la historia de la guerra a su mujer y acabar
un rato después perdido en su propia narrativa viendo que ha vuelto a perderse
en el sinsentido de la guerra.
Tim O’Brien narrador es capaz de hacer una transición más o
menos sana de la guerra a la paz y a la vida normal, y en ese proceso le ayudan
las historias que cuenta. De esta manera, igual que de niño tuvo que hacerlo
con su primer amor, una niña que a los nueve años muere de cáncer y por la que
cada noche se va a dormir antes para poder soñarla y mantenerla a su lado,
puede dar voz a sus compañeros muertos, a sus sentimientos, puede seguir
viéndolos a su lado. Uno de sus compañeros no es capaz de hacer esto y le pide que
le ponga voz a su historia, pero después de las experiencias bélicas vividas no
es capaz de encontrar una finalidad en su vida, ante la magnitud de lo vivido,
la normalidad de la paz de parece vacua, así que acaba suicidándose. Muchos no
son capaces de superar una sinrazón tan grande, de continuar su historia. Uno
de los médicos de campo tampoco es capaz de superar la guerra, cuando ve a sus
compañeros vivos no puede dejar de pensar en sus cuerpos desmembrados y
menciona que esto no le produce dolor, lo cual le preocupa, pero las imágenes
no dejan de acecharle por las noches, incluso la de su propio cuerpo sin vida.
Algo que teóricamente le afectaba por no afectarle le acaba volviendo loco, tal
es el enredo psicológico en el que se ven inmersos.
Hay un pasaje en el que la acción bélica se mezcla con el
proceso mental de asimilación de la guerra. En la acción física de la batalla,
en plena confusión en la que físicamente
no sabes dónde estas, ni qué va a pasar, ni sabes exactamente qué está pasando
a tu alrededor, en medio de todo esto se confunde el bien y el mal, conceptos
que antes eran válidos dejan de serlo, lo que parecía disciplina se torna en
caos, lo que parecía claro se ve irremediablemente ambiguo, los motivos se
convierten en salvajismo y anarquía.
Nos habla el autor también de la sensación de sentirse
tremendamente vivo en medio de la guerra, cómo rodeados de muerte los soldados
no pueden dejar de alegrarse de estar vivos, incluso cuando acaba de morir a su
lado un amigo, y el conflicto moral que esto supone, el dolor desgarrador de
alegrarse por estar vivo a pesar del duelo por el soldado muerto. Por otra
parte, esta sensación de sentirse tan vivo se ejemplifica de una manera exacerbada
en el personaje de la novia de un soldado hasta el punto que esta viaja al
campo de batalla, se une a las emboscadas y acaba desaparecida descrita como
una persona que ha sido devorada por la atracción más salvaje que despierta la
guerra, convirtiéndose en parte del paisaje y del mito, parte de esa irrealidad
forma parte de la historia común de los soldados del campo de batalla. El lado
más cruel del ser humano también muestra su cara cuando Tim sufre graves
heridas y consecuencias más graves aun por culpa de la inexperiencia del médico.
Tim consigue convencer a un compañero para gastar una pesada broma al médico en
el que ambos disfrutan con la crueldad de saber que están provocando el pánico
en otro ser humano. Cuando Tim considera que ya es suficiente, su compañero no
quiere parar, incluso encuentra patético a Tim.
Otro sentimiento expresado muy fuertemente en varios
ejemplos es el de la culpabilidad. En una ocasión dos soldados están jugando
con las granadas y al final uno de ellos acaba muerto. El que sobrevive tiene
un gran sentimiento de culpabilidad, de haber podido o haber debido de ser él.
Busca una especie de consuelo en la escritura de una carta a la hermana del
soldado muerto, aunque no obtiene respuesta, de algún modo, no encuentra perdón
ni resolución a su duelo. Otro ejemplo es el de dos soldados que agazapados
hablan de sus vidas para pasar el tiempo, uno habla de su novia y enciende una
linterna para enseñarle al otro su foto, una monada le dije antes de saltar por
loas aires, ante la gran culpabilidad que siente en que queda vivo ya que al
encender la linterna los convirtió en blanco fácil. Y ante esto, la absurdidad
de estar en estado de shock buscando la foto de su novia en pleno barrizal, la
vuelta a la nimiedad para evitar lo que nos supera. Otro soldado no puede vivir
con la culpa de haber tenido la bota de su compañero semihundido en un
campo/letrina, el haberse dejado vencer por el hedor insoportable y no haber
podido salvar la vida de su amigo, el no poder soportar las medallas que tiene
y el valor que tiene la que no ganó de haber salvado a su amigo. El narrador
nos explica que realmente él no mató a aquel chico, pero que era culpable solo
por el hecho de estar allí presente, de verlo morir, un chico al que imagina
una vida más allá de la guerra, una vida tan ajena a la guerra, tan indiferente
a los motivos como la suya propia.
Otro tema que a mí me ha impactado de manera más sutil es la
edad de los combatientes. Cuando estás leyendo sobre toda esta barbarie y sobre
los hombres que lucharon, el narrador de repente utiliza la palabra “kid” ( “niño”,
supongo, porque lo he leído en inglés). Y es que no eran más que eso, niños,
jóvenes de 20 años, jóvenes de 24 al mando de otros niños, niños a los que se
les ha enviado a una guerra con motivos inciertos en la que muchos no creían,
niños que cometen errores que cuestan vidas por el simple hecho de ser tan
jóvenes, por pensar en sus chicas en lugar de tener los cinco sentidos en el
campo de batalla, por actuar irresponsablemente y jugar en medio de algo que
nada tiene que ver con lo lúdico. Niños y jóvenes que se convertirán en hombres, si no se suicidan antes, que nunca podrán reconciliarse con la realidad que les empujaron a vivir.
Interesante es también el tema de la valentía. Cuando Tim es
llamado a filas parece que el mundo se acabe, quiere huir, de hecho desaparece
del trabajo en el matadero en medio de sangre y cuerpos desmembrados de
animales, le supera la realidad de la guerra que se le viene encima y viaja a
la frontera con Canadá. ¿Por qué no cruza la frontera? Porque podría haberse interpretado
como una cobardía por el resto de la sociedad, por su familia y sus amigos. Pero
para él realmente huir hubiera sido lo valiente, hubiera sido conectarse con
sus sentimientos y ser coherente negándose a ir a luchar una guerra en la que
no cree, pero fue cobarde y se enfrentó a las salvajadas que tuvo que
presenciar.
En esta novela no encontramos belleza, no encontramos
moralidad, no encontramos ninguna catarsis ni epifanía. Solo guerra, destrucción,
sentimientos y la lucha por seguir adelante. A mí me ha impactado y lo
recomiendo, después de la reseña más larga que he escrito hasta ahora, es lo
más que puedo decir.